Por Alma Rosa Saldierna
El papel de la mujer en la política y la lucha por la igualdad han sido ejes fundamentales en el discurso de las democracias modernas. Sin embargo, alcanzar esta equidad no ha sido un proceso sencillo. Históricamente, las mujeres fueron relegadas a la esfera privada, limitadas al cuidado del hogar, mientras los hombres ocupaban espacios de poder y toma de decisiones. Hoy en día, acciones como estudiar, trabajar o acceder a cargos de elección popular pueden parecer derechos naturales, pero en realidad son conquistas obtenidas a través de décadas de lucha.
Muchas mujeres han pavimentado este camino, desafiando estructuras patriarcales para abrir oportunidades a las generaciones futuras. Un ejemplo emblemático es Olympe de Gouges, quien en 1791, a través de su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, cuestionó las injusticias de su tiempo y defendió la igualdad de género con la contundente afirmación de que si una mujer tenía el derecho de subir al patíbulo, también debía tener el derecho de subir a la tribuna.
El movimiento por los derechos de las mujeres logró posicionar demandas fundamentales en la agenda política, siendo el derecho al voto una de las más relevantes. El primer país en reconocer este derecho fue Nueva Zelanda en 1893, aunque no fue sino hasta el 2023 que alcanzó la paridad de género en su gabinete. En el caso de México, el sufragio femenino se conquistó en 1955, otorgando a las mujeres no solo el derecho a votar, sino también a ser votadas para cargos de elección popular, lo que permitió la llegada de las primeras diputadas al Congreso. Este avance marcó un hito en la historia política nacional, pues abrió la puerta a una participación más activa de las mujeres en la vida pública, donde comenzaron a ser reconocidas como ciudadanas plenas y agentes de cambio.
Desde entonces, han transitado de ser electoras a ocupar puestos clave en los tres niveles de gobierno, incluyendo candidaturas a la presidencia de la República. No obstante, a pesar de estos avances, la visibilidad de las mujeres en la política enfreta otros retos, uno de ellos es la estereotipación de género, particularmente en el contexto de las campañas electorales. La cobertura mediática que se le da a las candidatas se ve influenciada por las construcciones culturales que enftizan atributos personales por encima de sus capacidades y propuestas.
Los medios de comunicación, al abordar las campañas de mujeres candidatas, suelen enfocarse en su apariencia, su vida personal y su carácter, aspectos que rara vez se destacan en los hombres que aspiran a los mismos cargos. Mientras que a los candidatos se les evalúa principalmente por su experiencia y propuestas, a las mujeres se les somete a un escrutinio que a menudo busca descalificarlas con base en estereotipos tradicionales. Esto crea un doble estándar que dificulta su posicionamiento en el ámbito político y refuerza la idea de que deben demostrar más para ser consideradas igual de competentes que sus pares masculinos. Esto no solo promueve desigualades sino que también afecta la forma en que la sociedad valora el liderazgo femenino
En el caso de México, el proceso electoral más reciente marcó un hito al alcanzar por primera vez la paridad en el número de personas candidatas a la presidencia, con dos mujeres compitiendo por el cargo más alto del país. Esta elección representa un avance significativo para la vida democrática nacional, al simbolizar una mayor apertura a la participación femenina en espacios de poder.
No obstante, también puso en evidencia las resistencias persistentes en la sociedad y en los medios de comunicación. A pesar de que ambas candidatas contaban con credenciales académicas sólidas y experiencia en el ámbito gubernamental, la cobertura mediática no siempre centró su atención en sus propuestas o trayectorias. En varios espacios informativos, se dio mayor relevancia a aspectos como su personalidad, vestimenta o forma de hablar, en lugar de destacar sus planteamientos políticos o logros profesionales.
Este tipo de tratamiento mediático refleja un sesgo de género aún arraigado. Mientras que los candidatos varones rara vez son objeto de escrutinio por su apariencia física, cuando las candidatas son mujeres, parece que sus capacidades para gobernar se ven opacadas por comentarios superficiales, lo cual limita una evaluación justa y equitativa de sus perfiles
Para avanzar hacia una democracia más incluyente, es fundamental cuestionar estos estereotipos y promover una cobertura más equitativa que valore a las candidatas por sus propuestas y no por prejuicios de género. Recordemos que la figura estereotipada trasciende el ámbito electoral y se convierte en un símbolo de transformación social, al cuestionar los roles tradicionales de género y abrir paso a nuevas formas de liderazgo. Centrarse en resaltar aspectos personales o de apariciencia construye una narrativa que impacta en la forma en que la ciudadanía percibe el liderazgo femenino y puede influir en la confianza que se deposita en su figura. Se debe potenciar el mensaje que demuestre el poder femenino y las capacidades para fortalecer la legitimidad y la representatividad del gobierno con una visión más incluyente, empática y cercana a la ciudadanía.
En este contexto, es esencial que la ciudadanía y los medios de comunicación asuman una responsabilidad activa en la transformación de la narrativa sobre las mujeres en la política. Sólo así será posible construir un escenario donde las mujeres sean evaluadas en igualdad de condiciones y donde el liderazgo femenino sea reconocido sin sesgos.