Por Luis Francisco Jara
Las normas son adoptadas y aceptadas por los individuos en función de su valor social, lo que se manifiesta tanto en la aprobación de la sociedad como en la imposición de prohibiciones, según Finckenauer. En contextos donde las acciones humanas generan riesgos para otros, la legislación tiene la responsabilidad de intervenir para regular conductas y sus repercusiones (Finckenauer, 2023). La obediencia a una norma está determinada por su alineación con los valores y creencias del individuo, ya sea en su dimensión social o legal. En última instancia, el cumplimiento normativo depende del papel que la norma desempeña en la vida de cada persona (Finckenauer, 2023).
Por su parte, Friedman (2016) explica que el miedo es un factor determinante en la adhesión o rechazo de los comportamientos estipulados por la ley. Este sentimiento actúa como un mecanismo disuasorio, ya que el temor a las sanciones legales restringe la conducta de los individuos, favoreciendo la obediencia sin necesidad de otros incentivos. Además, el entorno social juega un papel clave en el reconocimiento y respeto de las normas. Para los estudios del tema, esta influencia puede ser positiva, incentivando al individuo a acatar las reglas para integrarse a su contexto, o negativa, impulsándolo a desobedecerlas. En este sentido, la conformidad con la ley suele estar vinculada a su coincidencia con la conciencia y los valores personales, reforzando la idea de que las personas siguen las normas cuando estas se ajustan a su percepción de lo correcto.
Entonces, el cumplimiento de las normas no es un acto mecánico ni una simple imposición externa; es un reflejo del complejo tejido social en el que se entrelazan valores, creencias y percepciones individuales. Como señalan Finckenauer y Friedman, la obediencia puede estar motivada tanto por el reconocimiento social como por el temor a las sanciones, pero, en última instancia, la norma solo se vuelve verdaderamente efectiva cuando se alinea con la conciencia y los principios del individuo. Así, más allá de la coacción o la presión del entorno, el verdadero desafío del derecho radica en generar reglas que no solo regulen el comportamiento, sino que también resuenen con el sentido de justicia y moralidad de quienes las cumplen.