Por Roberto N. Guerrero
La adolescencia siempre ha sido un terreno fértil para el conflicto. Es ese momento en el que la identidad se moldea, donde el deseo de pertenecer se encuentra con la necesidad de ser único, y donde el cuerpo, las emociones y el pensamiento se desajustan por factores endógenos y exógenos al individuo. En los últimos años, gracias a plataformas como Netflix, hemos visto una nueva forma de narrar ese caos: más cruda, más cercana a la acción compleja que realmente implica crecer.
Series como Euphoria, Sex Education, 13 Reasons Why, Elite o The Society no solo retratan las angustias adolescentes, tambien las amplifican, las iluminan, las problematizan. Ya no se trata del viejo relato moral en donde el joven se equivoca y aprende una lección. Ahora vemos adolescentes como seres del conflicto: creaturas en guerra con sus familias, con sus cuerpos, con el sistema educativo, con la sexualidad, con las redes sociales, con las expectativas ajenas y también con ellos mismos.
Lo interesante es que estas producciones no presentan el conflicto como algo externo, una amenaza que viene de afuera. El conflicto es constitutivo. Habita en el adolescente, en su entorno, y entre ambos se retroalimentan. No es algo extraño que muchas de estas series estén centradas en contextos de aparente normalidad que se desmoronan lentamente. Lo interesante es que el mensaje es claro ¨lo conflictivo no es la excepción, es la regla¨.
Como elementos cruciales de formación en la adolescencia en la actualidad están: el entorno, la familia, la escuela, los medios, las redes sociales y hasta el propio algoritmo de las plataformas son fuerzas que moldean la subjetividad de los adolescentes. Según datos de UNICEF, más de un tercio de los jóvenes en 30 países informan haber sido víctimas de ciberacoso, y 1 de cada 5 ha faltado a la escuela debido a ello. Además, se estima que 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años vive con un trastorno mental diagnosticado. Estos datos reflejan cómo estos elementos cruciales influyen en la salud mental y el bienestar de los adolescentes, sumergiéndolos en una constante lucha por definir su identidad y encontrar su lugar en el mundo.
Desde esta perspectiva, el conflicto no es un síntoma que debe corregirse, sino una manifestación inevitable del proceso de formación humana. Somos, en esencia, seres del conflicto. Y la adolescencia, es una etapa de vulnerabilidad que puede ser afectada por múltiples escenarios.
Por eso estas series resuenan tanto, porque ponen en escena lo que muchas veces se quiere silenciar. Y además nos recuerdan que crecer nunca fue fácil y ahora más en la actualidad en donde existe sobreexposición, hiperconectividad y expectativas desbordadas por parte de los adolescentes.
Quizás lo que necesitamos no es juzgar o patologizar esa conflictividad, sino entenderla. Verla como una señal de vida, de búsqueda, de potencia. Como una forma todavía torpe y a veces violenta de reclamar un lugar propio en un mundo que no deja de cambiar. Un mundo, como sus protagonistas, profundamente conflictivo.