Por Dinorah Moreno Marañón
La democracia no comienza el día que se obtiene la credencial para votar. Se construye desde la infancia, en los espacios cotidianos donde se aprende a convivir, dialogar y decidir. El hogar, la escuela y los medios son los primeros escenarios donde niñas y niños descubren que su voz tiene valor y consecuencias. Cuando participan en decisiones pequeñas, comprenden que opinar no es solo un derecho, sino también una responsabilidad hacia los demás.
En casa, una conversación semanal en la que todos tomen turno para hablar puede tener más impacto que cualquier sermón. Escuchar, argumentar y llegar a acuerdos enseña respeto, empatía y corresponsabilidad. Estos ejercicios cotidianos siembran las bases de la participación ciudadana: no se trata de imponer, sino de construir juntos.
En la escuela, la democracia puede ejercerse al elegir al comité del grupo, decidir colectivamente el tema de una feria o planear una actividad comunitaria. Cuando los estudiantes observan que sus decisiones tienen resultados visibles, perciben que la política no es un pleito de adultos, sino una herramienta para organizar la vida común.
Participar también significa mirar más allá del aula. Identificar los problemas del entorno —un bache, un foco fundido, un parque sucio— y proponer soluciones colectivas fortalece la noción de bien común. Al hacerlo, se desarrollan tres capacidades ciudadanas esenciales: paciencia, capacidad de análisis y trabajo en equipo.
En tiempos digitales, la educación cívica también pasa por las pantallas. Enseñar a verificar antes de compartir, preguntando quién dice algo, con qué propósito y qué otras fuentes lo respaldan, es un “antivirus” democrático. Así se aprende que la verdad no se impone, se construye con información confiable.
Un niño que respeta el resultado de una votación comprenderá mejor una elección formal. Una niña que aprende a pedir un servicio con argumentos sabrá exigir rendición de cuentas sin violencia. De esas prácticas tempranas nacen ciudadanos que dialogan, que confían en las instituciones y que actúan con conciencia colectiva. Ganamos hogares más pacíficos, escuelas más colaborativas y comunidades más fuertes.

