Por Dinorah Moreno Marañón
Ser mujer implica constantemente buscar un equilibrio entre múltiples roles impuestos por la sociedad: familiar, educativo, laboral, público, cultural y hasta mediático. La presión de cumplir con cada uno de ellos puede generar una sobrecarga de responsabilidades y afectar el bienestar. En este contexto, el 8 de marzo se convierte en una fecha clave para reflexionar sobre cómo estos roles han sido asignados y de qué manera impactan la vida de las mujeres.
Desde la infancia, el entorno familiar es el primer espacio donde se aprenden valores y normas. Sin embargo, aún persisten estereotipos de género que limitan el desarrollo de las mujeres en ciertos ámbitos, como la política. A las niñas se les educa con menos estímulo para expresarse en estos temas, mientras que se les encamina hacia responsabilidades domésticas, reforzando así un modelo tradicional de género.
En el ámbito educativo, la formación debería ser un motor de cambio, pero muchas veces perpetúa la invisibilización de las mujeres en la historia y en los espacios de liderazgo. La falta de referentes femeninos en libros, clases y material didáctico limita la construcción de una identidad que se visualice en roles de poder. Para lograr un verdadero equilibrio, es fundamental romper con estos esquemas desde la infancia, fomentando el pensamiento crítico y promoviendo una educación libre de sesgos de género.
El ámbito laboral también refleja estas desigualdades. A pesar de los avances en derechos y representación, muchas mujeres siguen enfrentando brechas salariales, falta de oportunidades de crecimiento y la constante exigencia de demostrar su valía en entornos dominados por hombres. Además, la carga del trabajo doméstico y de cuidados sigue recayendo mayoritariamente sobre ellas, dificultando su desarrollo profesional en igualdad de condiciones.
Por otro lado, en el espacio público y mediático, las mujeres siguen siendo juzgadas bajo parámetros distintos a los de los hombres. Mientras que a ellos se les reconoce por sus logros y capacidades, a las mujeres se les exige cumplir con estándares de imagen, comportamiento y moralidad. La transformación de esta realidad requiere una narrativa que valore a las mujeres por su talento, liderazgo y contribución social sin encasillarlas en roles predefinidos.
Además del impacto en el trabajo y la educación, las mujeres también enfrentan retos en su papel como proveedoras. A pesar de que muchas son el sustento principal de sus hogares, la falta de políticas de apoyo, como licencias de maternidad extendidas y acceso a guarderías de calidad, dificulta la conciliación entre el empleo y la vida familiar. Esto refuerza la idea de que el cuidado del hogar es una responsabilidad exclusiva de las mujeres, cuando en realidad debería ser compartida.
En el ámbito cultural, las mujeres han tenido que luchar por la representación y el reconocimiento de sus aportes. A lo largo de la historia, su presencia en la literatura, el arte y la música ha sido minimizada o invisibilizada. Sin embargo, cada vez más creadoras han logrado desafiar estos estereotipos, posicionándose como referentes que inspiran a nuevas generaciones a desafiar las normas impuestas.
El 8 de marzo no solo es una fecha para recordar las luchas históricas de las mujeres, sino también un llamado a construir un futuro donde la equidad sea una realidad tangible y no un ideal lejano. El equilibrio en la sociedad no debe ser una carga que las mujeres deban sostener, sino un principio fundamental garantizado para todas y todos.